El Festival de Pärnu celebra a lo grande los 90 años de Arvo Pärt

 Scherzo


30/07/2025 / Juan Lucas

Con una estremecedora interpretación de Credo, la obra que marcó en 1968 el decisivo punto de inflexión en la trayectoria artística de Arvo Pärt, concluyó el pasado viernes la decimoquinta edición del Festival Musical de Pärnu, un evento que cada año se celebra durante diez días del mes de julio en esa tranquila y coqueta ciudad balneario a orillas del Báltico. Ubicado en una recogida bahía en el Golfo de Riga y flanqueado por una extensa franja de playa de suaves arenas y cristalinas aguas, este idílico resortsalpicado de parques, iglesias ortodoxas y casas de madera con tejados a dos aguas ha servido durante décadas de principal enclave veraniego no solo para los estonios, sino en su día para una parte importante de la élite cultural soviética. Aquí pasaron sus vacaciones estivales, entre otros, el compositor Dmitri Shostakovich en sus últimos años de vida y el violinista David Oistraj, quien entre 1955 y 1970 disfrutó de la paz veraniega de Pärnu en una sencilla dacha de color verde que todavía hoy sigue en pie. En abril de 2020, en pleno confinamiento pandémico, nuestro compañero Pablo L. Rodríguez dedicó un amplio reportaje en estas páginas a glosar de forma inmejorable la relación del eximio violinista ucraniano con la localidad de Pärnu.

Paavo y Neeme Järvi con Shostakovich en Pärnu, 1973

La elección de Credo como punto final de la presente edición no es casual. El estreno en Tallinn en 1968 de esta impactante composición para coro mixto, piano y gran orquesta estuvo dirigido por el director estonio Neeme Järvi (1937), patriarca de una dinastía de músicos cuya figura más internacional es su primogénito Paavo, sin duda una de las grandes batutas de nuestros días, además de fundador y director artístico del festival desde su arranque en 2011. “Credotiene una gran historia tras de sí”, nos cuenta Paavo Järvi en una conversación mantenida con SCHERZO en el curso del certamen; “en la Unión Soviética no estaba permitido escribir música de contenido religioso. Sin embargo, desafiando la prohibición oficial, Arvo escribió Credo, mi padre la dirigió y la obra fue inmediatamente prohibida. Aun así, y debido al éxito obtenido, mi padre decidió volver a dirigirla al día siguiente y la cosa terminó en escándalo. Pärt se convirtió de la noche a la mañana en persona non grata en la URSS y mi padre tuvo muchos problemas. Como resultado, ambas familias (la de Pärt y la mía) abandonaron la Unión Soviética doce años más tarde”. Para el propio Pärt, Credo supuso una conversión creativa en toda regla. “Por una parte fue una liberación”, confesaría el compositor años después, “pero al mismo tiempo se trataba de una renuncia a todo lo que había hecho anteriormente. Me quedé, por así decirlo, desnudo artísticamente hablando”. Al escuchar Credo, el oyente asiste, en efecto, a un acto de conversión en tiempo real; en sus apenas quince minutos de duración, la obra pasa de los postulados estéticos de la vanguardia musical europea que Pärt había practicado hasta entonces (dodecafonismo, serialismo, aleatoriedad, etc.)  a ese estilo que algunos han calificado de ‘minimalismo místico’ y que en pocos años convirtió al compositor estonio en uno de los autores musicales más interpretados y populares del planeta.

Pärt nació en septiembre de 1935, por lo que este año se celebra su nonagésimo aniversario. Nada más lógico que el Festival de Pärnu haya querido rendir homenaje al compositor más internacional que ha dado la música estonia en toda su historia. Y lo ha hecho a lo grande. Todos y cada uno de los dieciocho conciertos que han integrado la edición 2025 han incluido, al menos, una obra de Pärt, en varias ocasiones más de una, con incluso algún concierto monográfico, como el que tuvo lugar el martes 22 de julio en la hermosa Catedral de la Transfiguración de Nuestro Señor, en el cual el fabuloso coro estonio Vox Clamantis, dirigido por Jaan Eik Tulve, ofreció un programa integrado por obras para coro a capella de Pärt, tal vez el apartado más profundamente personal de su catálogo. ¿Qué artista vivo podría soñar jamás con un mejor homenaje por parte de sus conciudadanos?

“En Estonia, Arvo Pärt no es solo una gran estrella, es una especie de gurú. La gente lo ama y confía en él”, asegura Paavo Järvi; “en cierta medida, es un caso parecido al de Sibelius en Finlandia, una especie de símbolo nacional. Todo el mundo lo conoce, incluso aquellos que no han escuchado su música ni están especialmente interesados por la clásica”. Sin duda, pero lo cierto es que el autor de Fratres hace mucho tiempo que ha traspasado las fronteras de su país natal para convertirse en un fenómeno musical a nivel planetario; un músico contemporáneo que ha vendido cientos de miles de discos y llena con sus obras las salas de concierto de medio mundo. “Estonia ha sido cuna de grandes ideas que han tenido un eco inmediato a nivel mundial”, afirma Järvi, “empresas, por ejemplo, como Skype o Hotmail que, sin embargo, han acabado siendo compradas o absorbidas por corporaciones extranjeras más grandes, como Microsoft. Se trata de ideas todas ellas que se pueden comprar; a Arvo Pärt, por el contrario, no se le puede comprar. Es un representante esencial de nuestra cultura”.

El festival se abrió con la interpretación de una de las obras más emblemáticas de su catálogo, Cantus in memoriam Benjamin Britten, a cargo de la Järvi Academy Orchestra dirigida por Paavo Järvi, quien sustituyó a última hora a su padre, Neeme Järvi, que días antes sufrió un desafortunado accidente que le ha obligado a seguir el festival a través de una pantalla desde la cama de un hospital en Tallinn. Entre esta interpretación y la de Credo que puso punto final al certamen, se han podido escuchar durante diez días no menos de veinticinco obras del compositor, cubriendo prácticamente todos los periodos y fases de su trayectoria creativa. Este intenso compromiso del Festival de Pärnu con la música de Pärt tendrá su colofón el próximo mes de septiembre con la publicación en el sello Alpha de un CD monográfico por parte Järvi y la Estonian Festival Orchestra (EFO) que incluye algunas de sus obras orquestales más relevantes. La grabación se completó precisamente el último día del festival, con el registro de Credo. Este lanzamiento será el sexto que Järvi y la EFO realizan para el sello franco-belga desde 2018, todos los cuales han estado dedicados a músicos estonios salvo el primero, centrado en la Sexta de Shostakovich, veraneante en Pärnu (un signo más del profundo compromiso de Järvi con la música de su país, al que hay que sumar el encargo de nuevas obras que cada año realiza el festival a dos compositoras estonias, en esta ocasión a Elis Hallik y a Alisson Kruusmaa). En octubre, orquesta y director emprenderán una gira en la que presentarán el programa del disco Pärt en ciudades como Viena, Zürich, Hamburgo o Nueva York.

Orquesta ‘de excelencia’ que ha sido comparada en más de una ocasión con la que Claudio Abbado creó en Lucerna, la Estonian Festival Orchestra es uno de los dos pilares sobre los que se asienta la personalidad de este certamen tan especial. “La EFO es única”, asegura con orgullo Järvi, “no se parece a ninguna otra orquesta que yo haya dirigido. porque yo elijo a sus componentes uno a uno. Se trata de músicos a los que conozco, con los que he trabajado y sigo trabajando con regularidad, artistas que no sólo poseen una excepcional calidad técnica, sino también una energía a prueba de bomba y una inmejorable disposición humana”. La orquesta combina instrumentistas procedentes de algunas de las más destacadas orquestas mundiales (de las dos orquestas de las que Järvi es titular, la Tonhalle de Zürich y la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen, a las grandes centurias -Berlín, Viena, Nueva York, Münich…- que le invitan regularmente) con jóvenes músicos que se baten el cobre en las principales orquestas de Estonia. La idea, según Järvi, es conectar a los mejores músicos estonios con grandes instrumentistas internacionales, estableciendo un contacto no solo profesional, sino también humano entre ellos. “Por ejemplo”, dice Järvi, “el contrabajo principal de la EFO es el solista de la Filarmónica de Berlín. A su lado se sitúa la principal contrabajista de la Deutsche Kammerphilharmonie, y junto a ellos se sientan músicos estonios muy jóvenes, algunos casi adolescentes, que rara vez tendrían la oportunidad de tocar junto a maestros de la Filarmónica de Berlín. Aquí tienen esa oportunidad: tocan junto a ellos y luego se van a cenar juntos a una pizzería”. Y es que el factor humano -la camaradería, la amistad y la absoluta ausencia de cualquier tipo de divismo o egolatría- es otra de las características que hacen de Pärnu un festival fuera de norma.

Un racimo de esos músicos de primer nivel que integran la EFO ofrecen a su vez programas de música de cámara en la Sala de Conciertos de Pärnu, un auditorio de tamaño medio y buena acústica que se inauguró en 2002 y sirve de sede oficial del festival. El que pudo escucharse el martes 22 de julio presentaba, en un extenso y enjundioso programa, obras para diversas formaciones de autores como Jörg Widmann (la temprana y desopilante 180 Beats per Minute para seis instrumentos de cuerda), Bohuslav Martinů (la divertida suite de jazz La Revue de cuisine), Arvo Pärt (la versión para ensemble de violonchelos de Fratres), Nino Rota (el delicioso Trío para flauta, violín y piano), o Ernst von Dohnányi (el fabuloso Sexteto en Do mayor). Difícil destacar alguno entre los más de veinticinco solistas que desfilaron por el escenario del auditorio de Pärnu para desglosar un largo programa con dos intermedios; pero no podemos dejar de mencionar al conjunto de violonchelos de la EFO, encabezado por Thomas Ruge, solista de la Filarmónica de Múnich, al exquisito violinista y concertino de la EFO Benjamin Baker, o a la flautista Maarika Järvi, hermana de Paavo, quien en los años noventa del pasado siglo formó parte de nuestra Orquesta de RTVE.

Algunos de esos solistas están plenamente implicados en lo que constituye el otro gran pilar sobre el que descansa la filosofía existencial del Festival de Pärnu: la enseñanza. En los albores del festival, y retomando una idea de su padre, Paavo Järvi decidió crear la Järvi Academy. “La Academia es la principal razón de ser del festival”, asegura el director. “Al principio fue pensada para educar a jóvenes aspirantes a la dirección de orquesta, pero pronto la abrimos a otras prácticas instrumentales”. Actualmente el número de jóvenes, procedentes de todos los rincones del planeta, que aspiran a formar parte de la Academia es enorme, y el problema estriba, según Järvi, en realizar la selección. El compromiso de Järvi con la educación de los jóvenes ha sido una constante en su trayectoria profesional, y él mismo se declara un apasionado de la enseñanza, de sus métodos y sus procesos. Pero apunta otra consideración: “Aun a riesgo de sonar un poco duro, pienso que actualmente no hay muchos buenos directores de orquesta. La dirección exige el conocimiento profundo de técnicas muy especiales y específicas, además de variadas, ya que incluyen importantes elementos psicológicos. Por desgracia, hoy en día compruebo que muchos, demasiados directores muestran una gran debilidad en el dominio y la interacción de esas técnicas y disciplinas. Especialmente los más jóvenes”.

El talento de esos jóvenes aspirantes se puso a prueba en la Gala Final de la Academia Järvi, el 23 de julio, con la orquesta de la propia Academia, más la Orquesta de la Ciudad de Pärnu, dirigidas por un elenco de diez jóvenes batutas de ambos sexos, con un director o directora diferente para cada movimiento de una misma obra. El programa incluía, cómo no, un par de piezas de Pärt, la lúdica y deliciosa Wenn Bach Bienen gezüchtet hätte… (Si Bach hubiese sido apicultor…) y la más conocida Da pacem Domine, más dos valses de Franz Lehár y el Tercer concierto para piano de Beethoven cerrando la primera parteComo plato principal se eligió este año todo un mihura sinfónico como es la Tercera sinfonía de Brahms. No es fácil establecer una valoración de unas interpretaciones a las que, por razones obvias, les faltó una visión de conjunto, pero hay que decir que los jóvenes músicos (tanto los ubicados en los pupitres de la orquesta como los que subían al podio) salieron airosos del peliagudo reto, con especial mención para la joven británica Claudia Jablonski, que cerró el concierto con una elegante lectura del vals Gold und Silber (Oro y Plata) de Lehár, el joven pianista estonio Sten Heinoja, que exhibió musicalidad y solidez técnica en el concierto beethoveniano, y Sascha Maisky, hijo de Mischa Maisky, que negoció el dulce y melodramático tercer movimiento de la sinfonía de Brahms con buen sentido del fraseo y un gran control del rubato.

El Festival de Pärnu cerró su decimoquinta edición con un extenso programa de Järvi y la EFO dividido en dos conciertos consecutivos los días 24 y 25 de junio, que repetían la obra principal (este año, la Séptima de Beethoven), variando el resto del programa de un día a otro. Se trata de una práctica (la de tocar dos veces una misma obra en los dos pares de conciertos de apertura y cierre del festival) que se repite desde los inicios del certamen, una costumbre derivada de la falta de tiempo por parte de la EFO para preparar cuatro programas enteramente diferentes. El primero de los conciertos incluía, además de la sinfonía de Beethoven, dos obras de Pärt (Swansong y Für Lennart in memoriam) más el Concierto para órgano de Francis Poulenc, que contó con la soberbia organista letona Iveta Apkalna como solista de excepción. Organista titular en la Elbphilharmonie de Hamburgo y presencia habitual en los conciertos de las principales centurias mundiales que exigen la presencia solista del monumental y magno instrumento, Apkana tradujo magistralmente la singular fusión de fervor religioso y lúdica sensualidad tan típicamente ‘poulenquiana’ del concierto, maravillosamente acompañada por la EFO y un Järvi que confiesa sentir pasión por cada pieza escrita por el autor francés.

El segundo y último de los conciertos se cerraba, como ya se ha señalado, con la interpretación de Credo, obra para la cual se sumaron a la ya de por sí nutrida formación de la EFO tres agrupaciones corales: el Coro Nacional Masculino de Estonia y los coros femeninos Ellerhein Girls y Ellerhein Alumni. No cabía literalmente un alfiler en el escenario del auditorio de Pärnu, y aunque a primera vista podría parecer un tanto bizarra la idea de encadenar esa ‘apoteosis de la danza’ (Wagner dixit) que es la Séptima del Gran Sordo con una obra coral de la densidad de Credo, las razones expuestas al comienzo de esta crónica llenaban de sentido la propuesta. Así lo entendió el público, que disfrutó y vibró con la partitura de Pärt como si se tratase de un gigantesco bis, no de ese concierto en particular, sino del festival en su conjunto. Pero la magia ya se había producido minutos antes y por partida doble. Primero, con la sublime lectura de Vilde Frang del Concierto para violín de Beethoven, en el cual la violinista noruega volvió a demostrar por qué es una de las grandes de su generación. Al mando de su fabuloso Stradivarius de 1706, Frang volvió a exhibir ese ‘sonido precioso, de afinación precisa y vibrato restringido, con un fraseo de notable libertad, pero nada caprichoso, con un discurso luminoso, vitalista, muy natural y fluido, lleno de ímpetu, variadísimo en el matiz y de una intensidad realmente extraordinaria’. Son palabras que nuestro compañero Rafael Ortega Basagoiti escribió en sus reseñas para Scherzo de la lectura en vivo del concierto que Frang realizó en una de sus últimas visitas en Madrid, así como de su grabación de la obra para el sello Warner, y a ellas remitimos al lector. En cuanto a la versión de Järvi y la EFO de esa turbina incandescente que es la Séptima sinfonía de Beethoven, me temo que el mayor de los elogios no acabaría de hacer plena justicia a lo escuchado. Järvi decidió enlazar los cuatro movimientos en una única secuencia, sin pausas entre movimientos, lo que acentuó aún más si cabe la impresión de extremo dinamismo de este obsesivo prodigio sinfónico que, si se toca con el nervio y la precisión que exhibieron Järvi y su orquesta de solistas, es capaz de agitar y sacudir la adrenalina del oyente como ninguna otra obra de la tradición occidental. Y eso fue exactamente lo que sucedió desde el primer acorde, a partir del cual Järvi construye un hipnótico, monumental e irresistible crescendo que hizo que la repetición en días consecutivos de la misma obra la recibiéramos con excitación y alborozo. Tal vez conscientes de ello, la lectura que ofrecieron Järvi y sus huestes el segundo día fue aún más enérgica, desmadrada, incandescente y absolutamente subyugante que la primera.

“Tengo la sensación de que el Festival de Pärnu ha encontrado su identidad propia”, confiesa Paavo Järvi con orgullo. Y razones no le faltan para albergar ese orgullo. No hay más que ver y vivir la complicidad y el espíritu de compañerismo que se establece entre los músicos, el numeroso público que llena cada día los conciertos y el amplio equipo técnico y artístico que maneja con la máxima eficacia todos y cada uno de los resortes que hacen posible el certamen, para entender que estamos ante una propuesta muy especial. Este pequeño gran festival no solo ha logrado en pocos años abrirse un hueco en el amplio panorama de los certámenes veraniegos y forjarse una identidad propia, sino que se erige como un modelo a seguir, por el compromiso sin fisuras con la música como experiencia de comunicación e interacción entre los seres humanos y por el virtuoso equilibrio que ha sabido establecer entre el rigor artístico, el intercambio humano y el placer sensual. No se puede obviar el inmenso mérito de su creador e impulsor, el proteico Paavo Järvi, pero él prefiere restarse importancia. Él es, tal vez, un primus inter pares, pero lo que aquí cuenta es el espíritu del grupo, no las individualidades. La admiración que despierta entre todos aquellos que tienen la suerte de trabajar con él difícilmente se puede describir con palabras.

Juan Lucas

https://scherzo.es/el-festival-de-parnu-celebra-a-lo-grande-los-90-anos-de-arvo-part/

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