FRANKFURT / Haydn por Järvi y la Deutsche Kammerphilharmonie: alegría de vivir

 Scherzo

09/05/2023

Rafael Ortega Basagoiti

Frankfurt. Alte Oper. Ciclo Pro Arte 22/23. Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Director: Paavo Järvi. Solista: Sol Gabetta, violonchelo. Obras de Haydn y Schumann.

Antes de reseñar propiamente el concierto enunciado en la ficha, procede quizá un breve repaso a la singular historia de la orquesta que lo protagonizó. La Deutsche Kammerphilarmonie, ahora con el apellido Bremen porque allí se ubica, se fundó en 1980 con otro nombre, Kammerorchester der Jungen Deutschen Philharmonie, como una orquesta de estudiantes de música gestionada de forma democrática. Siete años después, con patrocinio de la ciudad de Frankfurt, en la que ayer la escuchamos, y del Deutsche Bank, cambió su nombre por el de Deutsche Kammerphilharmonie (DKP para abreviar). La coexistencia de los términos “cámara” y “filarmónico” daba ya a entender el propósito de crear un conjunto suficientemente flexible como para afrontar tanto el repertorio sinfónico como el de cámara. En 1992, la orquesta se trasladó a Bremen, y de ahí su “apellido” actual. A lo largo de su historia, ha trabajado con directores próximos a la corriente historicista, como Frans Brüggen o Jaap ter Linden, y ha tenido como director artístico a Thomas Hengelbrock, posible responsable, al menos en parte, de su familiaridad con esas prácticas que, como veremos después, arrojan rendimientos muy interesantes. Al mismo tiempo, ha conocido directores titulares de gran talla, como Jirí  Belohlávek o Daniel Harding, lo que le ha permitido también conservar una conexión con las maneras más tradicionales para el repertorio del romanticismo y épocas posteriores.

En 2004, la orquesta nombró al estonio Paavo Järvi (Tallin, 1962), con el que había empezado a colaborar casi diez años antes, su director titular. Järvi cumplirá el año que viene 20 años de mandato como titular, sin que parezcan vislumbrarse quiebras ni desgaste en la relación que mantiene con la orquesta. Atenta, sin embargo, al futuro, la orquesta comenzó en 2020 una relación con el jovencísimo finlandés (sí, otro más) Tarmo Peltokoski, que cumplirá 23 años en 2023, y le nombró principal director invitado el año pasado (primera vez que la orquesta crea esta posición en sus casi 43 años de existencia).

Con Järvi, tan activo e inquieto como su padre, la orquesta ha vivido una comunión especial y ha desarrollado proyectos discográficos significativos: sinfonías de Beethoven, Schumann, o Brahms (éstas comentadas por quien esto firma). Todos ellos siguiendo un modelo que, por desgracia, no se lleva en estos días, en los que la economía gobierna casi todo. Las obras se ruedan en concierto una y otra vez, y sólo entonces se llevan al estudio de grabación para trasladarlas al disco. Pauta similar a la seguida por Bychkov y la Filarmónica Checa, pero desde luego poco atractiva para las grandes multinacionales, que prefieren una calidad tal vez menos acabada y un producto más barato (la grabación en vivo siempre lo es, y la promoción es más fácil y económica si el disco se vende aprovechando la gira, que se convierte así en elemento promocional y no de rodaje de la obra).

Esa comunión especial del estonio con la orquesta parecía evidente en grabaciones y vídeos. Quien esto firma puede ahora dar fe tras haber presenciado su ensayo ayer y el posterior concierto. Trabajo detallado pero atmósfera de comunicación fácil, fluida, de una relación que más de una orquesta y más de un director envidiarían. La formación, por su parte, ha conservado el modelo de gestión democrática de sus inicios, pero en un movimiento de avanzada respecto a los tiempos que corren, ha movido ficha para la autofinanciación. Cada miembro de la orquesta es accionista de la misma, y en estos momentos el 75% de su financiación viene de patrocinadores, taquilla, etc. Solo el 25% de los fondos tiene procedencia pública. Como anécdota, diré que en la recepción ofrecida a los patrocinadores tras el concierto, comparecieron tanto Järvi como algunos de los músicos de la orquesta, para departir con dichos patrocinadores. Imagen que recuerda, mucho, a la que se vive desde hace años en las orquestas americanas, y que a más de un director (desde Giulini a Barenboim pasando por Solti) le terminó cansando. Cuando salí de la susodicha recepción, empecé a preguntarme si en Europa no deberíamos hacernos a la idea de que ese modelo es el que nos espera. Es aquello de que cuando las barbas de tu vecino… etc. Y si el vecino es alemán, y en estos terrenos te lleva mucha ventaja, la cosa es como para reflexionar.

Tras los proyectos discográficos mencionados, la DKP ha emprendido uno dedicado a las Sinfonías de Londres de Haydn. Se acaba de editar el primer volumen (Sinfonías nº 101 103), que reseñaré próximamente. El concierto que se comenta obedece al rodaje de otras dos sinfonías, las nº 93 104, que son interpretadas, además de en Frankfurt, en Bremen, Hannover, Düsseldorf, Berlín, Turín y Reggio Emilia, para llevarlas posteriormente al disco, siguiendo el esquema antes descrito. Junto a las dos sinfonías de Haydn, se interpretaba el Concierto para violonchelo de Schumann, con la argentina Sol Gabetta (Villa Maria, 1981) como solista.

Quienes tienen la amabilidad de leerme con cierta asiduidad saben que soy un furibundo defensor de la música de Haydn. Me he quejado desde estas misma líneas de lo poco que se le programa, y lo seguiré haciendo mientras no se corrija el error. Porque creo que de un error se trata, desde todos los puntos de vista. La música de Haydn es un tratado colosal de imaginación, creatividad, fantasía y humor. En definitiva, es un tratado de vida, casi se diría (o sin casi) que de la alegría de vivir. Haydn nos regala no solo sonrisas, sino continuas sorpresas, bromas y suspenses. Maestro del “a ver qué pasa tras este silencio” o “verás qué cara se les queda cuando el fagot (como en el tramo final del Largo cantabile de la nº 93) suelte esa abrupta, inesperada y casi impertinente explosión en fortísimo”, formidable recreador de un espíritu vitalista de un nervio y vigor incomparables, insufla en nuestro ánimo una energía extraordinaria. Y esa vitalidad, esa capacidad de sonreír, de sorprender, de crear suspense, se antoja tan necesaria en tiempos como los que corren, que no me cansaré de repetirlo: quienes no lo paladean no saben lo que se están perdiendo.

Por añadidura, además de un placer para el oido y para el espíritu, es una gimnasia maravillosa para las orquestas: retrata cualquier imperfección sin piedad, pero también obliga como pocas a la escucha del compañero, a entrenar el mejor empaste y balance, e incluso a la alerta constante, porque constantes son los silencios (muchos con su calderón), constantes los contrastes y los acentos. No hay lugar para la desatención.

Y todo eso fue patente, en el ensayo primero, y en el concierto después. Järvi parece haber digerido la práctica históricamente informada como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Y la orquesta, que emplea trompas y trompetas naturales en Haydn, cambió a las modernas en Schumann, mientras la cuerda se mostraba igualmente maleable en su acomodación al repertorio diferente. Como la comunión orquesta-director es ideal, el resultado es, musicalmente hablando, del mayor atractivo. Puede haber, y las hay (la Berliner que acabamos de ver en Madrid es un ejemplo palmario), orquestas de niveles de perfección ejecutora inverosímiles y hasta inalcanzables por casi todas las demás. Pero es difícil no sentirse envuelto en la marea de vitalidad, de alegría del espíritu que estos músicos de la DKP transmiten. Se les ve y se les oye disfrutar, y a Järvi, siempre con la sonrisa a punto, con ellos.

El maestro estonio planteó las dos sinfonías de Haydn con contingente idéntico de cuerda (6/6/5/4/3) más los instrumentos de viento prescritos: parejas de oboes, flautas, fagots, clarinetes (solo en la nº 104)  trompas y trompetas (los dos metales ejecutados con instrumentos naturales). Cuerda con restringido empleo de vibrato y ligereza de arco, y timbales con baquetas duras, empleados sin exceso pero con desinhibida contundencia. La idea de Järvi no limó arista alguna, de hecho resaltó (lo había hecho ya durante el ensayo) en esa búsqueda de la sorpresa (deliciosa la explosión del fagot antes descrita en el tiempo lento de la nº 93), el contraste, la riqueza de acentos, sacando el mejor partido a los silencios, la vivacidad de impulso en el dibujo rítmico (tendría que retroceder al inolvidable Harnoncourt para reencontrar minuetos con mejor uso del ritardando vienés sobre la anacrusa, y con un sabor de danza más contagioso que los escuchados ayer) y, en fin, esa atmósfera general de contagiosa vitalidad que se deriva de todo ello.

En el Concierto de Schumann, Gabetta volvió a lucir sus mejores virtudes: un sonido precioso, redondo y de precisa afinación, y una excelente capacidad cantable en su fraseo. El de Schumann es un concierto lleno de efusión que transita bien con esas cualidades, y digiere también mejor que el poderío sonoro no sea la cualidad más evidente de la solista. Cuidado acompañamiento de Järvi, que pareció entenderse muy bien con Gabetta, y prestación brillante de una DKP entregada. La argentina, que consiguió lo mejor en un muy bello segundo tiempo, cosechó un gran éxito, y ofreció, con la orquesta, un arreglo del aria de Lenski del Eugene Onegin de Chaikovski. Por su parte, al finalizar el concierto, también con éxito muy grande de Järvi y la orquesta, ambos ofrecieron una chispeante propina que era toda una declaración de continuidad en esa alegría de vivir: tras la de Haydn, la de Strauss, con la Polka Tritsch-Tratsch traducida de manera vibrante y con la mejor de las sonrisas.

La DKP visitará España este verano (sin Järvi, pero con Hilary Hahn): a finales de agosto estará en Pollença, Santander y San Sebastian. En enero de 2024 volverá, con su nuevo principal director invitado, Peltokoski, a Canarias y Mallorca. Por su parte, Järvi anuncia su visita a Madrid con la otra orquesta de la que es titular, la Tonhalle de Zürich, en otoño de 2024.




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